Escribe: “Chiquilín”
Existe un viejo refrán que
dice “la confianza mata al hombre”. Indudablemente se cumplió el pasado domingo
para la gente de Independiente Dolores. Y con esto se incluye a jugadores, cuerpo técnico, dirigentes y simpatizantes. El Rojo
“ganó” los 3 puntos antes de enfrentar a
Centro Social (Las Higueras). El golpe fue grande y doloroso. Conocer la
derrota de local (Dolores siempre sumó en el Nuevo Fortín Rojo en este
Clausura) a esta altura del torneo fue para el equipo cabrerense comenzar a
caminar al borde del precipicio: permanece o se cae.
El partido comenzó con una
sorpresa: apenas a 8 minutos del inicio un mal movimiento de la última línea
permitió que la visita llegue hasta el fondo y luego de un centro de Gustavo Arcostanzo
(volante por el sector izquierdo), el balón impactó en la mano de Nicolás Silva
a centímetros del arco. El árbitro Matías Ramos vio lo que todos los presentes
vieron y no dudó en decretar la pena máxima. El que tampoco dudó fue Salvador
Psenda (primer marcador central visitante), que con un soberbio remate desde
los 12 pasos marcó el 1 a 0. Aunque ese jab de derecha le cerró un ojo, fue
paradójicamente un incentivo para la Furia. Desde este episodio el local cobró
protagonismo desde los pies (y la magia) de Cristian Lucero. El “Negro” manejó
las riendas del equipo de Néstor Billalva asistiendo, manejando los tiempos y
hasta ayudando en la marca cuando el rival la tenía. A pesar de ello, el
puntano no pudo encontrar interlocutor alguno. Es que los muchachos que lo
acompañaron para toquetear en encuentros anteriores sintieron el impacto de
aquel gol de Psenda. Y como si fuera poco, Ariel Veliz (arquero del “Milan” de
Las Higueras) frenaba todo lo que le tiraran. El cotejo estaba inclinado a
favor del Rojo, cuando a 5 minutos del cierre de la etapa inicial Nicolás Silva
infantilmente vio el cartón amarillo por segunda vez. Un gancho al hígado que
dejó al local tambaleando en el centro del cuadrilátero. Se acercaba el final
del primer tiempo y la parcialidad roja suponía que a su equipo lo salvaría la
campana. Pero en tiempo de descuento vino el cross al mentón: centro hacia
atrás de Gustavo Arcostanzo para que el 10 Adrián Abascal le tirara el arco
abajo a Ratazzi. Dolores pasó de acariciar el empate a olfatear una goleada.
Por suerte el juez le dio fin a la primera mitad.
El humo emitido desde la
cantina invitaba a comerse un chori y tomarse una coca y de yapa encontrarse
con viejos conocidos y, como ritual infaltable, comentar lo que dejaron los
primeros 45 minutos. Pero el desgano, la tristeza, la sorpresa y otros
sentimientos y sensaciones desagradables se dieron una vuelta por las gradas
locales para enmudecer a más de uno. El panorama era gris como el mismísimo
cielo dominical de General Cabrera.
El complemento arrancó a toda
Furia. Y bien clarito se detalla en la oración anterior por empezar su última
palabra con mayúscula: Dolores fue quien propuso, quien buscó, quien se animó.
Era de esperar que el conjunto dirigido por el “Chiqui” Billalva saliera a
comerse a Centro Social. En los primeros 5 minutos tuvo el gol ¡tres veces! en
los pies de Aníbal Celaye. Pero el arquero, el palo y luego un remate desviado
respectivamente hicieron que todo siga igual. La presión se transformó en
desesperación con el correr de la etapa final. El Rojo nunca pudo doblegar al
rival. Y así fue esfumándose el encuentro, junto con la ilusión de sumar al
menos un punto.
El conjunto cabrerense dejó
escapar una chance inmejorable de sumar de a 3. Centro Social venía de caer estrepitosamente
frente a Estudiantes (Rio Cuarto). El Rojo tiene por delante 12 puntos que
valen más que todos los que cosechó. Los cálculos, las hipótesis y los malos
recuerdos abundan en Barrio Las Rosas. La Furia necesita imperiosamente, además
de sumar, esperar que equipos que luchan por permanecer en la elite del fútbol
regional no sumen. Dolores ya no solo depende sí mismo. Y está al borde del
precipicio: permanece o se cae.
Comentarios
Publicar un comentario